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Carnecería

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En una encrucijada del Madrid de 1808

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Si os gustó el cuadro Malasaña y su hija, de Eugenio Álvarez Dumont, no os defraudará este grabado del mismo autor aparecido en 1893 en el semanario ilustrado "Nuevo Mundo" bajo el título En una encrucijada del Madrid de 1808.

En la ilustración, que acompaña un épico poema con grandes dosis de patriotismo, el protagonista es un hombre del pueblo llano que aparece de espaldas en medio de la calle, como un rompeolas frente a la poderosa carga de caballería francesa.

A pesar de su anonimato, lo reconocemos como un hombre de su época gracias a los cuadros y grabados de Goya: el pañuelo que parece trenzarse en su cogote, la camisa arremangada, el chaleco oscuro, y cómo no, los pantalones cortos que, a la altura de la rodilla, dejan ver unas medias blancas.

Lo más significativo de este personaje como combatiente del 2 de mayo no es, sin embargo, su aspecto, sino el arma que aprieta en su mano. Es la navaja de casi dos palmos de largo, un objeto cotidiano común entre la gente de su clase, con el que hasta ese día tan solo había pelado naranjas y cortado cuerdas.

Porque cuando dicen que aquel día el pueblo se levantó en armas, debemos recordar que en la mayor parte de los casos esas armas eran navajas, chuzos y hasta sartenes de cocina.

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Malasaña

Malasaña y su hija, de Eugenio Álvarez Dumont
'Malasaña y su hija', de Eugenio Álvarez Dumont (imagen:extremaduraaldia.com)

Este cuadro de Eugenio Álvarez Dumont plasma la fiereza con la que el chispero Juan Manuel Malasaña combatió a los franceses el 2 de mayo de 1808 después de que su hija Manuela, de quince años y de profesión costurera, resultara muerta mientras le alcanzaba los cartuchos.

Esta historia, que podemos encontrar en la Guía de Madrid de Fernández de los Ríos, es al parecer inexacta. El boletín informativo del Museo del Ejército, en su número de octubre de 1996 hace una enmienda al respecto:

El erudito Carlos Cambronero ha realizado investigaciones que demuestran la inexactitud de la versión de Fernández de los Ríos. En efecto, Cambronero encontró la certificación del fallecimiento de Manuela Malasaña, que dice: "Manuela Malasaña, soltera, de edad de quince años, hija legítima de Juan, difunto, y de María Oñoro, parroquiana de esta Iglesia, calle de San Andrés, num. 18, murió el dos de mayo de 1808, se enterró de misericordia. Concuerda con su original a que me remito. San Martín, de Madrid y mayo 12 de 1815. Fray Bernardo Seco".

Por tanto, cuando murió Manuela el 2 de mayo, su padre ya había muerto. Pero ello no desmerece la gloria de la Malasaña, pues, efectivamente, la muchacha trabajaba en un taller de costura y su maestra, al escuchar los tiros que de todas partes sonaban, no permitió que las costureras saliesen del taller hasta que cesara el fuego. Ya anochecía cuando el silencio volvió a reinar en las calles y fue entonces cuando le fue permitido salir a Manuela.

Regresaba la muchacha presurosa hacia su casa pero durante el trayecto fue detenida por una pareja de soldados franceses que intentaron registrarla, a lo que ella, por pudor, se opuso. Los soldados le hicieron promesa de dejarla libre si se iba con ellos, pero ella, cogiendo las tijeras que llevaba en el bolsillo, les amenazó si se acercaban o se atrevían a tocarla. Los franceses ante tal resistencia la fusilaron en la propia calle.


En la Wikipedia encontramos otra versión según la cual Manuela Malasaña simplemente habría sido hecha prisionera por las tropas francesas y ejecutada junto a otros tantos madrileños aquel día. En esta versión también son protagonistas las tijeras, ya que el motivo de su arresto y posterior ejecución habría sido el hallarla armada con ellas.

En 'Un día de cólera', la reciente novela de Arturo Pérez-Reverte que narra los acontecimientos sucedidos en Madrid aquel 2 de mayo de 1808, el periodista no se casa con nadie y la pinta simplemente llevando y trayendo municiones a los rebeldes que resisten en el parque de Monteleón, un dato común a todas las versiones.

Lo que está fuera de toda duda es que su muerte impresionó a sus vecinos hasta tal punto de hacer sobresalir su nombre por encima del de otros que también murieron aquel día. Tanto, que el barrio donde seguramente vivió, próximo al parque de artillería donde se dice que perdió la vida, lleva su apellido: el barrio de Malasaña.

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La Cuesta de los Ciegos



'La Cuesta de los Ciegos', de M. Pedrero (imagen: Nuevo Mundo, 10/01/1900)

Cuenta la leyenda que en esta cuesta, cercana a la calle de Segovia, solían congregarse los ciegos para pedir limosna y que un día San Francisco de Asís les devolvió la vista ungiéndoles los ojos con aceite.

En Historia de Madrid cuentan además que hasta principios de siglo, era una peligrosa y abrupta ladera en la que los niños y jóvenes solían entretenerse deslizándose por la misma como si de un tobogán gigante se tratara y que por ello también se la conoció como Cuesta de Arrastraculos.

Hoy es una escalinata de más de 250 escalones que sube hasta el corazón mismo de las Vistillas, desde donde se puede apreciar una vista excepcional de la Catedral de la Almudena.

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