Madrileñismo
Los Chulapones eran gente muy cariñosa y entrañable. Les había hecho mucha ilusión mi carta y también les llenaba de gozo que fuera una chica joven. Que no fuera madrileña era un detalle sin importancia, pues el nombre de la asociación ya lo decía bien clarito: «Los Chulapones. Asociación de Madrileños y Amigos». Más de la mitad de los allí presentes no eran madrileños y habían recalado en Madrid durante las distintas oleadas migratorias de la historia de España desde Primo de Rivera. Unos a finales de los años veinte, siendo niños; otros a raíz de las movilizaciones de tropas y población en la guerra; y muchos por necesidad, a lo largo de una dura posguerra. Los años sesenta les habían pillado a todos cuarentones y ya establecidos en el foro. Había también algún caso como el mío, en el que la llegada a Madrid obedecía a motivos sentimentales. Comprendí en ese momento que el madrileñismo es un estado de ánimo, una concepción del mundo, una opción vital, algo completamente ajeno al lugar de nacimiento, que es cosa provinciana y limitante y, por ello, universal y al alcance de todos. Ser madrileño era simplemente tomar la firme decisión de serlo. Y yo lo sería. ¡Sería la más madrileña! Más que la Cibeles, que todo el mundo sabía que era romana y, sin embargo y gracias a su empeño, hacía creer a todos que era nativa.
Verónica Valle, Castizos
Créditos | La imagen es obra de Antonio Tajuelo
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